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Usuario Administrador: Charly
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El tesoro desaprovechado de Afganistán, sus pasas

El secado de las uvas constituye una potencial fuente de ingresos para el país asiático, ante la imposibilidad de hacer vino

En Afganistán, el valor añadido que las pasas aportan sobre la fruta fresca las ha convertido en un tesoro que debería de ayudar a quienes las cultivan a salir de la miseria, e incluso podría servir de alternativa al opio. Pero los sistemas de secado tradicionales y la falta de apoyo oficial frenan su potencial para la exportación.
 

A los visitantes que viajan a Afganistán a finales del verano, suelen sorprenderle los viñedos que recubren las llanuras de Shomali, al norte de Kabul, las afueras de Herat, al Este, o la comarca de Panjwai, en la provincia meridional de Kandahar. Salvo en las zonas más altas, casi un centenar de variedades de uva se cultivan por todo el país, que el año pasado produjo 874.000 toneladas, según fuentes del Ministerio de Agricultura afgano. Pero apenas exportó una octava parte.
 
La exportación de pasas sería una potencial fuente de ingresos que podría ayudar a dejar atrás las cuatro décadas de guerras y conflictos que los afganos han encadenado desde la invasión soviética de 1979, y servir de alternativa al cultivo de la droga que generalizó el desgobierno. Sin embargo, como sucede con otros productos del campo, los agricultores se enfrentan a la falta de infraestructuras de transporte y distribución. La necesidad de vender la cosecha antes de que se pudran los racimos hunde a menudo los precios.
 
 
Cerrada la vía de la producción de vino, la República Islámica de Afganistán es uno de los 16 países del mundo que prohíbe el consumo de alcohol a sus ciudadanos, la transformación de las uvas en pasas se presenta como la única salida para conservarlas y lograr un valor añadido. El kilo se vende por encima de los 1.000 afganis (12 euros), casi 25 veces más que los granos frescos, según un reciente reportaje de France Presse. Es además una tradición arraigada. Como hacen con los tomates y otros frutos, los afganos ponen las uvas a secar al sol sobre el suelo o el tejado. En las comarcas vitícolas, rara es la familia que no tiene una keshmesh janá (literalmente casa de la uva), donde los racimos se cuelgan de espalderas hechas con cuerdas y ramas para que el viento las seque (algo que se consigue en la mitad de tiempo que al sol).
 
Afganistán se encuentra entre los diez primeros productores de pasas del mundo, pero se trata de un sector en decadencia. No sólo respecto a la época anterior a la invasión soviética cuando producía el 10% de todas las pasas (hoy apenas representa entre el 2 % y el 3 %), sino incluso año tras año. A pesar de la ayuda del Banco Mundial para mejorar el procesado y empaquetado, de las 22.000 toneladas que se exportaron en la campaña 2014-2015, se ha pasado a apenas 15.000 toneladas dos años después. En ese mismo período la treintena de secaderos profesionales que existían en el país se ha visto reducido a la mitad como resultado de la falta de apoyo financiero (dificultad para conseguir préstamos) y la irregularidad en el abastecimiento eléctrico. Mientras que las rendijas de las keshmesh janá tradicionales además de dejar pasar el viento, también dejan pasar el polvo, reduciendo la calidad del producto que no logra pasar los exigentes criterios de la UE de momento, sólo en Emiratos Árabes, Rusia y el subcontinente indio es posible disfrutar de las ricas pasas afganas.
Una pena :(

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